Somos pueblo de Dios que cosecha transformación social

Por Hna. Ruth Colón

Lectura bíblica: Juan 4:28-30; 39-42

La iglesia de Villa Andalucía lleva tres meses tocando el tema de la cosecha. Hemos escuchado que las posibilidades de recoger el fruto de lo que se ha sembrado son ilimitadas y se dan en todos los ámbitos de nuestra vida. Cuánta alegría produce conocer que somos seres capaces de lograr cambios en nosotros y poder ser vehículo para que otros también se motiven a buscar alternativas que les ayuden a renovarse.

La historia del pueblo judío está llena de relatos de gente que recibió ese toque especial que les permitió cambiar su rumbo y ser transformados. Este pueblo era muy celoso de sus tradiciones y tomaba decisiones drásticas con aquéllos que se apartaban de ellas.

Los samaritanos eran judíos que vivían en la ciudad de Samaria. Estos se unieron en matrimonio con gente de otras razas, lo que estaba prohibido a los judíos, conforme a sus tradiciones. Por ese motivo surge la discordia entre los que conocemos como judíos y los llamados samaritanos. Tal era el enojo que aún cuando tuvieran que caminar más para ir de un punto a otro lo hacían para no cruzar por tierra de samaritanos. Tenemos, pues, dos pueblos producto de la misma raíz, Abraham; que adoraban a un mismo Dios, Yavé; que guardaban tradiciones similares; pero estaban separados por lo que los judíos consideraban un pecado imperdonable.

Bastó con que Jesús tomara la decisión de ir de Judea a Galilea atravesando por Samaria para comenzar a romper las barreras que separaban a judíos y samaritanos. Allí Jesús habló con una mujer samaritana, impactando positivamente la vida de ella. Todo pudo haber quedado ahí. Pero aquella mujer no podía guardar para sí la alegría de haber encontrado lo que por tanto tiempo había estado esperando, el Mesías prometido. Le es imposible callar las buenas nuevas que ha recibido y corre a comunicar a sus compueblanos lo que había descubierto. Se convierte en portavoz de las buenas nuevas de salvación y los invita a salir a conocer a Aquel que le ha dicho todo lo que había hecho. De esa manera se convierte en canal de bendición para el pueblo de Samaria, que ya no sólo creyó por lo que la mujer les había dicho sino por lo que ellos mismos habían escuchado.

En Puerto Rico hablamos de que hay una crisis de valores, que el pueblo se ha corrompido, y el eslogan que se escucha por doquier es: “QUÉ NOS PASA PUERTO RICO”. Me pregunto, ¿verdaderamente queremos saber qué le pasa a Puerto Rico? Y si es verdad que lo queremos saber, ¿para qué lo queremos saber?

El Dr. Gabriel de la Luz Rodríguez escribió un artículo publicado en El Vocero del 19 de julio de 2008 titulado ¿Crisis de valores o los valores de la crisis? Del mismo extraemos los siguientes datos: no podemos negar que estamos viviendo ante una descomposición social, caracterizada por la desintegración de las normas que aseguran el orden social. En otras palabras, el desorden o la falta de claridad en las reglas sociales de la solidaridad, se ha convertido precisamente en la norma. Esto no implica que en el pasado nuestro pueblo estuviese libre de males sociales. Pero como la violencia hoy es omnipresente, habita en todos los espacios de sociabilidad posible, se ha hecho espectáculo y algunos dirán que representa estética en nuestra era comunicacional.

Otro artículo que publicara El Vocero el 17 de junio de 2008, de Mario Santana y que se titula ‘En pedazos’ la familia, reseña estadísticas de 2006-07, del Departamento de la Familia. Los datos reflejan que 46,444 menores, o sea 4.5% de los más de un millón de menores de 18 años en Puerto Rico son víctimas de negligencia o maltrato. De esos 46,444 menores poco más de la mitad estaban relacionados con negligencia que va desde el abuso sexual (4.3%), la explotación laboral (.02%), el maltrato físico (14%), el maltrato emocional (12.6%) y el maltrato múltiple (16%). Las áreas geográficas de mayor incidencia reportadas son San Juan y Carolina.

Nuestra iglesia está ubicada en medio de esos dos municipios cuya población infantil está siendo dañada. Mi pregunta ahora es ¿QUÉ NOS PASA IGLESIA? ¿Estamos siendo la Iglesia que Jesús vino a comprar con su sangre vertida en la cruz? ¿Acaso somos la iglesia que René González nos describe en su himno “Mi Iglesia”, la que sana al herido, rompe cadenas, liberta al cautivo, aclara la mente al que está confundido y habla verdad? ¿Somos una iglesia que brinda esperanza al alma angustiada y que sana las heridas de esta humanidad? ¿Estamos siendo esa iglesia?

Hablamos de transformación en diferentes niveles, hacemos votos delante de Dios para que promueva en nosotros esa transformación espiritual y emocional que necesitamos. Pedimos ser llenos del Espíritu Santo. Reclamamos los dones que el Espíritu reparte. Eso es bueno y todas las personas tenemos el derecho pedir lo que por gracia está disponible para los hijos e hijas de Dios. Pregúntale al que está a tu lado: ¿para qué pides transformación y llenura del poder de Dios? ¿Acaso lo que quieres es sentirte satisfecho espiritualmente? Sabes, si esa transformación no la traduces en acción de buenas obras, de nada te sirve. En I Corintios12:39 leemos: “Procurad, pues, los dones mejores. Más yo os muestro un camino aún más excelente”. Ese camino es el del amor.

Dejemos, pues, de mirar al gobierno, el estatus y a las instituciones cívicas como responsables de lo malo que sucede en nuestra isla. Mirémonos a nosotros mismos y la responsabilidad que como cristianos y cristianas tenemos ante la necesidad que tiene nuestra sociedad de sufrir una transformación integral. No preguntes qué puede hacer por ti y por esta sociedad el gobierno, pregunta qué puedes hacer tú por Puerto Rico.

Actualmente en Puerto Rico hay un movimiento que constituyó el Centro de Diálogo Interreligioso. El mismo estará invitando al pueblo a hacer un peregrinaje a las iglesias, mezquitas y sinagogas para vivir y compartir momentos de fe. Este movimiento ya se ha iniciado en el Lejano Oriente, Europa, y América Latina. Es hora de romper barreras religiosas buscando aquello que nos une en bien de la sociedad.

Si Jesús no hubiese roto con la barrera social y religiosa que imperaba en sus días y si la mujer samaritana no hubiese compartido las buenas nuevas que había recibido, aquella comunidad no se hubiese beneficiado en aquella hora de recibir el mensaje de salvación de labios del propio Mesías.

Tú tienes las buenas nuevas, compártelas. Si todos hacemos lo que nos corresponde y cumplimos la encomienda que Jesús nos legó, la barrera del pecado será destruida y cosecharemos transformación social.