Camino de siembra

Por Hna. Ruth Colón
Misionera
Marcos 4:26-29

El relato que usamos como base para esta reflexión se sitúa dentro de las llamadas parábolas de crecimiento. Estas parábolas tienen en común el tema de la maduración. Utilizan como referencia el marco agrícola en el que se desenvuelve el hombre común de Palestina.

El campesino hebreo no es experto en ciencias de la naturaleza. No puede contemplarla, como es lógico, con ojos de investigador científico. Sólo acierta a confesar honestamente lo que sus sentidos le declaran: que "la semilla brota y crece sin que él sepa cómo”. El sembrador finaliza su labor de siembra y es incapaz de explicarse cómo ocurre el crecimiento de la semilla. No acierta a comprender el misterio de la vida; sin embargo, prosigue su existencia rutinaria. No puede hacer nada por acelerar el proceso ya que el desarrollo de la planta depende sólo de Dios. Pero ese agricultor va a cuidar de esa semilla para ayudar a que dé buen fruto.


¿Qué enfatiza esta parábola? La parábola enfatiza el divino poder que tiene la palabra de Dios. El Señor Jesús es el sembrador que planta la semilla en el corazón del ser humano y en la iglesia. Un corazón bueno y recto no puede dar fruto por sí mismo, se requiere confianza y esperanza en la semilla que tiene el poder de Dios para que dé fruto en la buena tierra.

La palabra de Dios es una semilla poderosa. Esa palabra tiene el poder para que nosotros nazcamos otra vez (reconocer el pecado, arrepentimiento, aceptación de perdón); poder para ayudarnos a crecer (echar raíces y florecer); y también para salvar nuestras almas (reconciliar, santificar y purificar). Todo esto es posible porque la palabra de Dios es viva y poderosa, está llena del Espíritu Santo que da vida.

¿Cómo se da ese crecimiento? El crecimiento es gradual y debería ser progresivo. El completo desarrollo de la semilla no ocurre al mismo tiempo, ocurre paso a paso. Crece por la eficacia de la palabra de Dios que fue plantada, y crece así como la semilla. Por eso es necesario seguir alimentándonos de la palabra de Dios y así “crecer para salvación”.

Ese crecimiento será gradual y progresivo hasta que se haya desarrollado, entonces será tiempo de recoger ese fruto. Esto nos enseña que nosotros debemos tener esperanza y confianza en el poder de Dios, que está en la palabra de Dios. El Señor es quien da el crecimiento, pero nosotros tenemos la responsabilidad de seguir plantando y cuidando la semilla.

¿De qué dos manera podemos usar esta semilla poderosa?
1. Recibiéndola en nuestros corazones. Es necesario que recibamos la palabra de Dios con un corazón bueno y recto, con humildad y con toda disposición. Debemos recibirla como niños que desesperadamente ansían la leche de su madre. Para ello tenemos que dejar a un lado todo lo que puede ahogar la palabra de Dios en nuestras vidas. (“Por lo tanto, dejen de hacer lo malo. No se digan mentiras, no sean hipócritas, no sean envidiosos ni chismosos”. 1 Ped. 2:1VLS).
2. Sembrándola en todos los lugares. Aquí estamos hablando del crecimiento del reino de Dios en el mundo. Debemos recordar que el crecimiento sólo ocurrirá a través del divino poder que está en la palabra de Dios, ya que Él es que hace posible el crecimiento. En el reino de Dios, nosotros sembramos y trabajamos junto con Él. Pero debemos tener en cuenta que el resultado de este trabajo dependerá de él y para perfeccionarlo, él tomará su tiempo.

El crecimiento espiritual va más allá de nuestro entendimiento, no está en nuestras manos porque Dios es quien tiene el control. Nosotros tenemos la oportunidad y la responsabilidad de responder a Jesús, quien es el Hijo de Dios, pero el crecimiento que sigue es la obra de Dios.

La oportunidad que Dios nos da para servir es algo que Él hace, no nosotros. Nosotros no nos levantamos un día decididos a servir. Esto también es un proceso de Dios y Su Espíritu trabajando en nuestros corazones y vidas para tocarnos. Nosotros estamos creciendo espiritualmente. Poco a poco, Dios está cambiándonos y enseñándonos un camino mejor.

Todo esto nos está diciendo que no tenemos control de nuestro crecimiento. Pero si tenemos la responsabilidad de hacer cosas que nos permitan estar en sintonía con Dios. Aún cuando el agricultor no tiene el control sobre su sembradío, se ocupa de cuidarlo regándolo, abonándolo, sacando la mala yerba y podándolo.

Tú no tienes el control de tu crecimiento espiritual, pero hay cosas que puedes hacer para cuidar la semilla que Dios plantó en tu corazón. Riégala cada día con la palabra de Dios y abónala con la oración. Esto te permitirá sacar la mala yerba que está enraizada en tu vida tales como raíces de amargura, resentimientos, pensamientos negativas, indiferencia, dejadez y actitudes que no te ayudan en tu crecimiento espiritual. Poda las penas del ayer y los recuerdos dolorosos que conservas en tu corazón porque nada puedes hacer con lo que ya pasó. Desecha las preocupaciones por lo que va a pasar, pues no tienes control sobre el mañana. No importa lo que pase a tu alrededor, disfruta el aroma de la esperanza porque Dios está en control.

El crecimiento no termina hasta que llega la cosecha. En otras palabras, se sigue creciendo espiritualmente hasta el momento en que debes estar ante Su presencia. Mientras estés en vida física no puedes decir que lo has aprendido todo. Dios siempre va a tener cosas nuevas para enseñarte cada día.

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