Dos Marías: todas las mujeres ante la cruz

Por Hna. Sandra García

Pasaje bíblico: Mateo 27:55-56

Han pasado cerca de tres años del ministerio público de Jesús. Todo parece que termina ante la realidad de que Jesús está siendo crucificado. Sus seguidores se han dispersado... Pero no todos. Allí frente a la cruz, observando de lejos, estaban las mujeres que habían seguido a Jesús desde Galilea. Entre ellas, dos Marías.

Desde la distancia observaban mujeres sin nombre, parte de una multitud. Mujeres que habían decidido seguir a Jesús para servirle en el camino. Mujeres sin importancia para el Imperio Romano. No serían apresadas por ser seguidoras y discípulas de Jesús pues ni para el Imperio ni para los judiós representaban ningún riesgo. Su opinión, su convicción, su servicio, su fe no tenían, según ellos, ningún valor.

Pero estaban allí, frente al Maestro, en el momento más importante de su ministerio público. Presenciaban el hecho más importante en la historia de la humanidad, el momento en el cual Dios se acercaba a ellas y les ofrecía todas las posibilidades de justicia al entregar la vida su Hijo. Presenciaban el momento en el cual Dios ha estado más cerca de su creación, el momento en que la salvaba. Fueron testigos silentes e ignoradas, pero también testigos primarios y principales de la muerte y resurrección de Cristo Jesús. Fueron quienes, en la historia temprana de la Iglesia, supieron dar a conocer el relato y significado de la cruz.

De cerca observaban dos mujeres con nombre, dos Marías. Y a través de ellas logramos conocer a las demás mujeres que no tenían nombre. Dos mujeres muy diferentes en su origen y en sus experiencias de vida, pero iguales ante aquella cruz que las unía en una misma experiencia de salvación. Eran dos mujeres ubicadas donde se unen todas las mujeres que buscamos en la cruz una misma oportunidad de justicia, amor, unidad y salvación.

María, madre de Jesús

María, la madre de Jesús, de Jacobo y de José. Era de Galilea y casada con José. Una mujer que en su juventud encontró gracia delante de Dios (Lucas 1:30). Una mujer bendita por Dios entre las mujeres (Lucas 1:28). Una mujer sobre la cual se posó el Espíritu Santo y le cubrió con su sombra (Lucas 1:35). Una mujer escogida por Dios para concebir y dar a luz a su unigénito, para criar y formar el carácter humano del Dios encarnado.

Desde temprana edad, María vivió una vida agradable a los ojos de Dios. Gustaba de adorar a Dios mediante salmos y cánticos (Lucas 1:46-55) en los que expresaba regocijo por ser objeto de la mirada y el cuidado de su Señor. Reconocía la providencia y la acción de Dios en su vida. La experiencia de dar a luz al Hijo de Dios fue ciertamente única para esta mujer. La maternidad y la salvación se unieron para ella en un mismo momento. No sabemos qué sintió, pero sabemos que atesoraba todas esas cosas y reflexionaba sobre ellas en su corazón (Lucas 2:19).

María vivió su vida adulta desde la realidad de su llamado. Le había sido encomendada la tarea de criar a Jesús. Sabía quién era su Hijo. Sabía que Él tenía una misión que cumplir. Le siguió en el camino y le vio sanando enfermos, llamando gente, haciendo milagros, retando la autoridad humana. Escuchó sus palabras sobre el Reino de Dios y fue testigo de su misericordia.

María de Magdala

De María Magdalena se cuentan muchas historias. Su segundo nombre hace referencia a su lugar de procedencia: María de Magdala, ciudad situada en la costa occidental del lago de Tiberíades. Sabemos que no tuvo una vida fácil antes de conocer a Jesús. El autor de Lucas nos dice que María Magdalena fue sanada por Jesús (Lucas 8:2). De ella salieron siete demonios. Posiblemente padeció condiciones de salud mental que la incapacitaban para funcionar en la sociedad y para tener familia. La tradición cristiana, no así los Evangelios, la identifica también como la mujer adúltera mencionada en Juan 8:3-11 y como la mujer pecadora que vierte perfume sobre Jesús (Lucas 7:36-50). Aunque aparentemente provenía de una familia con recursos económicos, pues se menciona entre las mujeres que contribuían al sostenimiento del grupo de seguidores de Jesús (Lucas 8:3), esta mujer no había disfrutado la vida, ni había vivido en paz hasta que conoció a Jesús.

María Magdalena se une al grupo de seguidores de Jesús y se convierte en una de sus discípulas más cercanas. Acompaña a María, la madre de Jesús durante la crucifixión y es la primera persona que ve a Cristo resucitado.

Todas las mujeres en las dos Marías

En estas dos Marías que la crucifixión de Jesús, están representadas todas las mujeres. Están las mujeres que fueron criadas en la fe y el conocimiento del Señor, que han sido escogidas por su virtud para seguir al Señor, que han reconocido que aun siendo virtuosas son igualmente pecadoras e inmerecedoras de acercarse a su Dios. Éstas también han aceptado el sacrificio de Cristo como puente que les acerca a Dios y a la salvación eterna, han decidido seguir al Maestro en Su camino aunque sea estrecho, aunque en él encuentren dolor porque saben que en ese camino está el propósito principal de sus vidas, servir al Señor.

Están también las mujeres que han nacido a una vida de sufrimiento, hambre, dolor, prejuicio, desprecio, maltrato, violencia, enfermedad, abandono. Mujeres que sólo han conocido la opresión y la tristeza hasta tropezar con Cristo en su camino. En ese encuentro las dos Marías se vuelven una misma pues la esperanza, la fe, el amor divino y la gracia actúan en ambas y en todas de una misma manera. Ante la experiencia de la cruz, las dos Marías viven la experiencia de todas las mujeres que miramos a Jesús y encontramos en Él la posibilidad de ser nosotras mismas, de ser seres humanos plenos, de ser seres amadas por Dios y llamadas a su servicio en igualdad con toda la creación. Las dos Marías observan la cruz desde perspectivas de vida diferentes, pero el resultado es el mismo, su salvación.

En las dos Marías estamos todas las mujeres observando la cruz, observando al Dios que dio a su Hijo unigénito para igualarnos, para salvarnos. En las dos Marías estamos todas las mujeres que esperamos una mañana de resurrección en nuestras vidas. En las dos Marías estamos todas las mujeres que amamos al Señor.

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