Siembra encuentro y sustento



Por Rvdo. Carlos A. Cardona Marcano
Pastor
Lectura bíblica: Marcos 12:41-44

Introducción

En los tiempos de Jesús, una viuda pobre era la más pobre entre los pobres. Las mujeres viudas no tenían ninguna ayuda para su sustento. Dependían de lo que habían ahorrado y de los hijos habidos en su juventud.

En una sociedad que mide a la gente por sus posesiones, Jesús invierte el valor de las cosas para establecer que las posesiones no necesariamente nos acercan al reino de Dios. Para Dios, el valor del ser humano supera al de sus posesiones.

¿Qué motiva la visita a la Casa de Dios?

Jesús llegó al templo de Jerusalén. Dios visitó su Casa de Oración, la que un día construyó Salomón para que habitara en ella. El templo recibía la visita de personas de todas las clases sociales del país, comerciantes, viajeros, hacendados y extranjeros que venían a visitar el templo.
El Señor de la Casa entró como cualquiera de los asistentes y se confundió entre los presentes. No eligió un lugar privilegiado, ni se mezcló con alguien en particular. Es interesante, Dios estaba en su Casa, a la vista de todos, y nadie le reconoció. Observaba a todos y a todo sin ser reconocido.

De la misma manera, Dios esta aquí hoy, ahora mismo, aunque no le podamos ver. Él conoce nuestra intención, la razón de nuestra visita a su Casa. Dios conoce lo que acontece en nuestro ser y sabe la intención del corazón. Jesús observa lo que esta ocurriendo en su Casa. Tiene un lugar privilegiado que le permite distinguir las intenciones del corazón sin que le expresemos palabra.

Visitar la Casa de Dios nos motiva a poner en sus manos todos nuestros asuntos, nuestra familia y el sustento necesario para vivir. Es por estas razones que venimos a dar gracias y a adorar en su Casa: para dar gracias y alabar por la intervención divina en nuestros asuntos, para hablar con Él en oración, para presentar nuestra ofrenda en actitud de adoración, y para encontrarnos con el Señor en su Casa.

La viuda se hace notable ante la mirada de Jesús

Durante esta visita, Jesús se detuvo a observar y vio a los ricos que depositaban grandes ofrendas en las alcancías del templo. El atrio de las mujeres también tenía unas trece cajas en forma de trompeta para recoger las ofrendas. Allí Jesús vio a una viuda pobre que echaba dos moneditas de cobre.

La viuda se acerca al Templo para hallar en Dios una esperanza a su realidad. El evangelio según San Lucas no dice que pidiera algo, ni que estuviera triste. La ubica en el templo frente a todos los presentes en actitud de adoración. La viuda es la más pobre de los pobres que se acerca al templo y, aún en la escasez, da gracias a Dios. Su acción pone de manifiesto su confianza en el dador de todas las cosas.

¿Por qué se hace notable la viuda a la mirada de Jesús? Primero, por su actitud en la Casa de Dios. Se acerca para estar en contacto con Dios en medio de su realidad. Segundo, por Su devoción en la adoración. La viuda presentó su sacrificio en adoración llevando al altar su ofrenda de dos monedas de cobre de poco valor. Y finalmente, por su desprendimiento, lo importante no es lo mucho que se da, sino la disposición y la actitud de ofrendar en sacrificio como parte de nuestra adoración al Señor.

Es necesario acercarnos al templo con la seguridad de que este lugar es Casa de Dios y Puerta del Cielo. Nuestra adoración al Señor se completa con la presentación de nuestras ofrendas.

Jesús está mirando nuestra disponibilidad para con el Padre Eterno. Nuestra contribución es expresión de nuestra gratitud a Dios. El encuentro con Dios nos convoca a presentar nuestra ofrenda como un sacrificio agradable a Dios.

La viuda practicó un acto de desprendimiento ante el encuentro con el que todo lo puede. La viuda se desprendió de un sentimiento egoísta. Este sentimiento muchas veces domina nuestro ser al presentar sacrificio de ofrenda a Dios. Es importante cultivar el desprendimiento al presentar nuestra ofrenda a Dios, en la confianza de que el Señor provee siempre.

Jesús fija su mirada en la seguridad que la viuda tiene en Dios. Ella dio lo que tenía y más, pues dio aun de lo que había recibido por gracia divina.

La medida de nuestra ofrenda a Dios

¿Cómo podemos saber la medida de nuestra ofrenda a Dios? La viuda responde a esta pregunta con una acción de entrega y sacrificio. Nos muestra su desprendimiento con total seguridad en Dios.

El Señor provee, el Señor vela por sus hijos. La golondrina recibe cada día su alimento, la lluvia es sostén de la tierra, en una manifestación del amor de Dios. Así también el himnólogo se inspira cantando: Si Él cuida de las aves, cuidará también de mí.

Afirma en tu corazón el cuidado de Dios para ti. Ofrece a Dios la medida justa de los bienes que recibes. Adora al Señor con toda tu alma y presenta sacrificio de ofrenda al Señor de la Iglesia.

Dios está en su Casa y su mirada la fijará en ti de la misma manera que lo hizo con la viuda. El Señor no se negará a aceptar tu medida, pues lo poco puede ser mucho en las manos de Dios.

Es mejor que seamos como la viuda pobre que Jesús describió, y seamos honrados por encima de todo. Lo que cuenta no es el tamaño de la ofrenda sino la medida de amor y sacrificio con que la presentamos ante el Señor.

Presenta tu ofrenda en adoración y espera que Dios se agrade de tu entrega de amor. No mires lo que te rodea al momento de presentar tu ofrenda, Dios te ve y conoce tu acción y pensamiento.

Camina al altar con actitud de adoración y deja que Dios fije su mirada en ti. Él conoce tu corazón. Lo que importa no es la cantidad, sino la medida de amor con la que presentas tu sacrificio de adoración.

17 de febrero de 2008

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